Por: Natalio chino Mejia
Los sistemas nacionales de evaluación
creados en los años noventa encontraron su fundamento en la idea extendida de
que la evaluación constituye un elemento decisivo para la mejora cualitativa de
la educación. De acuerdo con este supuesto básico, la adopción de decisiones
encaminadas a la mejora de la actividad educativa sólo puede asentarse sobre
una información rigurosa, contrastada y equilibrada, que además debe ser
difundida públicamente y estar abierta al debate. La evaluación constituye un
valioso mecanismo para obtener y difundir ese tipo de información, por lo que se convierte en un poderoso
instrumento de conocimiento, de valoración y, en última instancia, en una
palanca de cambio y de reforma (OECD, 1996). No es extraño que, en este
contexto, se haya llegado a afirmar que la evaluación constituye un recurso
A
la vista de esta situación, puede concluirse que la aplicación de pruebas de
rendimiento a los estudiantes es actualmente uno de los mecanismos más generalizados para lograr una efectiva
rendición de cuentas en el ámbito educativo. A través de esa práctica se ha ido
produciendo un desplazamiento de la evaluación de los aprendizajes desde el
espacio interior de la institución escolar hacia otro ámbito de carácter más
público, logrando así hacer más transparente la actividad educativa y
permitiendo valorar mejor el rendimiento logrado. No obstante, no se debe
ignorar que dicha práctica ha sido objeto de análisis contrapuestos, pues
mientras que algunos actores educativos han subrayado su valor e interés para
el desarrollo de nuevos modos de administración de la educación, otros han
puesto el énfasis en las consecuencias negativas que produce, especialmente por
el efecto que lleva asociado de desprofesionalización de la tarea docente.
Una de las principales consecuencias
que ha producido la puesta en marcha de los diversos mecanismos de rendición de
cuentas consiste en que los centros escolares han pasado a ser sometidos a
escrutinio y evaluación (CERI, 1995). En efecto, si bien la mirada de los
evaluadores se dirigió en primer lugar hacia los resultados escolares que
obtienen los estudiantes, aplicándoles pruebas de rendimiento, la atención se
dirigió inmediatamente hacia los actores y el entorno donde reciben su
formación. Los profesores, el currículo y el conjunto de la institución escolar
han pasado en consecuencia a ser objeto de evaluación. De ese modo, la
evaluación educativa ha ido desbordando sus ámbitos tradicionales de actuación
(los estudiantes y sus aprendizajes) y alcanzando nuevas áreas (los profesores,
el currículo y los centros escolares). Puede decirse que el conjunto de la
actividad educativa es hoy objeto legítimo de evaluación y no solamente los
aspectos relativos al alumno y a su proceso de aprendizaje.
También conocemos distintos modelos de
evaluación de la actividad docente, desde los que se realizan periódicamente
por los superiores jerárquicos - directores o inspectores - y asignan
calificaciones a cada profesor que tienen influencia en su carrera profesional,
hasta los que se basan en una evaluación por pares y tienen un carácter
fundamentalmente incentivador. Y otro tanto podría decirse de los modelos de evaluación
de programas educativos, sobre los que existe una amplia literatura que nos eximirá de analizarlos aquí (Shadish,
Cook & Leviton, 1995). La tipología de modelos e instrumentos de evaluación
es muy amplia, así como sus fundamentos científicos y los métodos que aplican.
El objetivo final de todos ellos es el mismo – evaluar los diversos componentes
de los sistemas educativos – pero las aproximaciones que realizan son sumamente
variadas.
Entre
estos nuevos instrumentos que se han desarrollado en los últimos tiempos, hay
uno que ha experimentado un rápido desarrollo en la última década, por lo que
merece la pena su consideración detenida. Se trata de los denominados indicadores
de la educación, a cuya definición y cálculo se han dedicado bastantes esfuerzos
en este último tiempo. El objeto de este trabajo no es otro que analizar qué
son los indicadores de la educación, qué interés y sentido tienen, a qué
ámbitos de la educación se pueden aplicar y qué nos pueden aportar para
comprender mejor la realidad educativa. Las páginas siguientes se dedican a esa
tarea.
indicadores de la
educación
Qué
pueden los indicadores ayudarnos a comprender los distintos elementos de la
realidad educativa.Podemos
realizar una primera aproximación a través de las definiciones de ese término
que incluyen los diccionarios más habituales de las diversas lenguas. Así, el Diccionario
de la Real Academia
Española define al indicador como aquello “que indica o sirve para
indicar”, mientras que este último
término es a su vez definido como "dar a entender o significar una cosa
con indicios o señales". Una definición parecida proporciona el
diccionario Larousse, que define al indicador como aquello “que indica,
que permite conocer” o “que sirve para indicar”. Por su parte, el Oxford Dictionary lo
define como “una cosa que señala algo” o “un tablero que da información sobre
la situación actual”. Aunque estas definiciones puedan parecer excesivamente
genéricas, suponen una primera orientación en la búsqueda del significado del
término.
finalmente los indicadores son muy importantes en cuestion de mejoraminetos de calidad de aprendizaje delos estudiantes en este caso, no se pretende analizar cuál es la situación educativa, sino tener elementos de juicio para valorar el cumplimiento de las metas políticas marcadas. Es esa otra posible aplicación de los indicadores, que comienza a ser explotada en la actualidad.
bliográficas
ANGULO, J.F. (1992): "El caballo de Troya. Calidad de la enseñanza y
tecnocracia", Cuadernos de Pedagogía, nº 206, pp. 62-67.
BOTTANI,
N. & TUIJNMAN, A. (1994): "International education indicators:
framework, development an interpretation", en CERI: Making Education
Count. Developing and Using International Indicators, Paris , Centre for Educational Research
and Innovation – OECD, pp. 21-35.
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